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Editorial #8 (Dardi)

Editorial #8
(por Dardi)

Cualquier mutación sustancial del sistema técnico implica una transformación no solo del aparato productivo sino también del contexto social y cultural. Del mismo modo, este razonamiento podría ser aplicado a la inversa, pero en este caso, no hay ningún interés en discutir qué sucede primero y qué sigue como consecuencia. Lo importante es tener en consideración esta premisa. Cuando el paradigma a través del cual se gestionan los procesos productivos se modifica, esto tiene consecuencias también para quienes desean otro mundo.

Sólo para dar un ejemplo antiguo: el desmantelamiento de las grandes industrias y cadenas productivas ha reducido drásticamente la autonomía del trabajador. Los explotados se encontraron produciendo un objeto que aún no estaba listo para usar, pero un componente del que a menudo ni si quiera podían conocer la destinación. En consecuencia, la autogestión del trabajo devino en un propósito irrealizable (que es el «movimiento revolucionario» de una pieza de microchip o de un perno de tractor) y la huelga general tomó semblante de fantasma.

Hoy ese proceso llamado digitalización hace de la autonomía de los individuos una aspiración aún más imposible. Hasta ahora nada nuevo. Ya un punto de no retorno había pasado hace mucho tiempo, y la actual forma de dominación que caracteriza a lo existente sólo puede ser atacada y destruida en su totalidad, porque nada de sus características puede hacerse propio sin aceptar el complejo con el que se encuentra intrínsecamente relacionado.

Pero si el fin sigue siendo sustancialmente el mismo, el método para obtenerlo debe volver a discutirse y, si es posible, refinarse.

Hoy un proceso aparentemente inverso está aconteciendo. Ante la imprevisibilidad ambiental, así como los posibles conflictos geopolíticos, cada subunidad del sistema tecnoeconómico global, delimitada por fronteras estatales o por un área de influencia multiestatal, aspira a una mayor independencia. Esto se puede ver a partir del factor que inevitablemente sostiene y alimenta el sistema, a saber, la producción de energía y su gestión. La «diversificación» de fuentes, en particular el uso de fuentes renovables, va en esta dirección, pero quizás aún más significativo es el modo en el que la energía se almacena, transmite y redistribuye. Lo llaman “smartgrid[1]”, término que a partir de proyectos de investigación empieza a estar en boca de ministros y propagandistas corporativos. En esencia, esta configuración del sistema consiste en el desmembramiento de los grandes centros de producción, distribución y almacenamiento de energía en pequeñas unidades más independientes, pero al mismo tiempo comunicadas entre sí, de modo que una pueda suplir, si es necesario, las carencias de la otra. El enjambre de nuevos sistemas fotovoltaicos, hidroeléctricos, eólicos y geotérmicos, así como de pequeñas subestaciones o sistemas de almacenamiento (como estaciones de carga para coches eléctricos) forma parte de este modelo de desarrollo, a través del cual el sistema energético es capaz de asegurar un mayor nivel de homogeneidad en las diversas áreas de producción y seguridad en el suministro de consumo.

Obstruir este proceso capaz de garantizar una mayor estabilidad al sistema es altamente deseable. Lo que conecta estas «islas de energía», solo aparentemente autosuficientes, es lo que las hace funcionar. Un sistema cada vez más descentralizado y pulverizado requiere una intervención continua y un conflicto permanente. Actuar para ser peligroso debe difundirse exponencialmente de manera impredecible, a fin de que una serie de sabotajes sin tregua puedan minar la operatividad del sistema, dejando más espacio para el surgimiento de la sedición donde sea que la supervivencia cotidiana esté comprometida. Por lo tanto, cualquier organización estructurada resulta inadecuada. En su lugar, pequeños grupos de individuos autónomos, capaces de comunicar y transmitir conocimientos y habilidades, para que cada singular experiencia pueda ser un elemento de riqueza para un archipiélago de subversivos.

No hay programas ni recetas para el caos. Nada tan innovador, excepto que este enfoque ha sido adoptado recientemente por solo unos pocos individuos (por lo que se puede vislumbrar en este mundo de lo inmutable).

¿Qué podría pasar si se difundiera exponencialmente en cada lugar, más allá de cualquier frontera geográfica o cultural? Cómo hacer que esto suceda es quizás la principal pregunta que hay que hacer.

de Dardi #8

[Traducido por Clave de Fa durante el 2022]


[1] La red eléctrica inteligente (o REI; smart grid en inglés) se puede definir como la integración dinámica de los desarrollos en ingeniería eléctrica y en almacenamiento energético, y los avances de las tecnologías de la información y la comunicación (o TIC), dentro del negocio de la energía eléctrica (generación, transmisión, distribución, almacenamiento y comercialización, incluyendo las energías alternativas), permitiendo así que las áreas de coordinación de protecciones, control, instrumentación, medida, calidad y administración de energía, etc., sean concatenadas en un solo sistema de gestión, con el objetivo primordial de realizar un uso eficiente y racional de la energía eléctrica. (Fuente: Wikipedia).

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